Presentación

Nada más salir el río Guadalaviar del estrecho cañón que comienza en las cercanías de la ciudad de Albarracín, el valle se ensancha permitiendo la existencia de una amplia vega, junto a la cual se ubica la localidad de Gea de Albarracín. Este ensanchamiento es momentáneo, aprovechando la presencia de materiales blandos jurásicos y terciarios, ya que un poco más allá el río retorna a su cauce estrecho y encajonado entre paredes de caliza, con una vegetación de ribera bien conservada, aprovechando la zona de mayor humedad.

En la parte norte se inician los llanos de Caudé, siendo posible observar en los cortes de la carretera en dirección a Teruel cómo se abandonan las calizas del fondo del valle para pasar a un dominio de las arcillas y cantos gruesos de edad terciaria de la fosa de Teruel, de colores rojizos. Estos materiales culminan en la parte alta en una acumulación pedregosa de tonos grisáceos que forma una superficie llana hasta las cercanías de Teruel, que corresponde a un gran cono aluvial depositado por el río Guadalaviar en el Cuaternario antiguo. Desde esta zona alta hay una buena panorámica del valle, en el que llaman la atención los sedimentos terciarios por su colorido rojizo en el otro margen fluvial, así como las zonas boscosas que cubren el macizo paleozoico de Carbonera y el rodeno de Bezas-Albarracín, ocupadas por pinares de rodeno (Pinus pinaster), con fustes muy rectilíneos y en los que aún se pueden observar las cicatrices producidas por el resineo que se practicaba en estos bosques. Bajo ellos encontraremos brezos, brecina, galluba y varias jaras (Cistus laurifolius y C. populifolius), así como ejemplares aislados de roble marojo.

Los materiales jurásicos que afloran en las cercanías del pueblo contienen una gran abundancia de fósiles marinos, especialmente braquiópodos (Rhynchonellas, Terebratulas), belemnites, ammonites y tallos de crinoides. También es interesante visitar los restos de la antigua conducción del canal de época romana que trasvasaba aguas del río Guadalaviar desde el cañón de Albarracín hacia los llanos de Cella, del que se conservan algunos tramos tallados en la roca en el interior de los barrancos cercanos a Gea y, sobre todo, la entrada al gran túnel de casi 8 km que atravesaba las sierras calizas, en una obra de ingeniería de gran envergadura.

Al sur de Gea se entra de lleno en la Sierra de Albarracín, tras atravesar unas amplias llanadas de materiales rojizos terciarios y acumulaciones cuaternarias, en la zona de Los Frontones. Lo más destacable es el macizo de Carbonera (1.537 m), formado por cuarcitas y pizarras del Ordovícico y Silúrico, y cubierto por una masa arbórea de pinares de rodeno que se prolonga hacia el área del rodeno de Albarracín, pero que en dirección contraria, al este del pico Carbonera, dejan su lugar a formaciones abiertas de sabina albar o vera, de las que podemos observar ejemplares retorcidos y de gran porte que nos dan idea de su antigüedad. Destaca también la presencia en esta sierra de enclaves de quercíneas, que no sólo diversifican las formaciones vegetales, sino también la fauna ornítica.

Lugares de Interés

A lo largo del término municipal discurre un antiguo acueducto, la mayor parte del cual ha sido excavado en la roca. Debía de partir desde la base del castillo de Santa Croche, tramo que se puede apreciar a lo largo de la carretera. Después continuaba por el barranco de los Burros (a la entrada de Gea, a mano izquierda, viniendo de Albarracín), donde aún se mantiene un buen tramo excavado. Posteriormente seguía hasta Cella. Las recientes investigaciones arqueológicas parecen confirmar la datación romana que tradicionalmente se le ha atribuido a esta impresionante obra.

El casco urbano de Gea de Albarracín, uno de los más singulares de toda la zona, se ubica en llano, junto a la margen izquierda del Guadalaviar, cuya vega fue en el pasado uno de las principales dedicaciones de la nutrida población morisca que habitó la localidad. El tejido urbano se organiza en torno al eje de dirección este-oeste, paralelo al propio río, representado por la calle Mayor en cuyos extremos se abrían dos portales de la muralla que rodeaba completamente toda la villa, de los cuales actualmente sólo se conservan los restos del portal de Teruel.

En uno de los extremos de la calle Mayor se localiza el templo parroquial, dedicado a San Bernardo. La obra fue concluida en 1622 y presenta tres naves cubiertas con bóveda de medio cañón con lunetos, las laterales en sentido transversal. La torre, situada en el lado del evangelio, cerca de la cabecera, posee tres cuerpos de piedra. La sencilla portada, en el lado de la epístola, está cobijada bajo un arco de medio punto; es adintelada y de un solo cuerpo. El interior conserva todos sus retablos, la mayoría del siglo XVII y XVIII, entre los que destaca el retablo mayor. Se trata del retablo que en 1733 capituló el escultor José Corbinos con el convento carmelita de San José, de esa misma localidad.

En sus calles se pueden encontrar excelentes ejemplos de arquitectura popular, especialmente en la calle Mayor. Está caracterizada por asentarse sobre pequeñas parcelas de poco frente y mucho fondo. Las viviendas suelen tener dos o tres plantas adinteladas, la segunda en saliente apoyado sobre recia viguería y sencillos aleros de madera que rematan el conjunto. Las fachadas, siempre bien encaladas, presentan en ocasiones sencillas portadas de medio punto con dovelas de sillería y sencillos vanos con rejas. Existen también algunas casonas nobles como la llamada casa Grande o casa de los Reyes de Aragón, un amplio edificio de tres plantas con una magnífica escalera con interesantes pinturas en el interior e iluminada por un lucernario.

A la entrada del pueblo se encuentra el convento del Carmen, construido a finales del siglo XVII o comienzos del XVIII. La iglesia se distribuye en tres naves, la central con bóveda de medio cañón con lunetos y las laterales con bóvedas de arista, mientras que el crucero lo hace con cúpula sobre pechinas al interior y un tambor octogonal coronado por una linterna al exterior. El claustro, pese a su estado de abandono, posee un bello alero doble escalonado, con canes que representan cabezas humanas y animales; se decora además con pinjantes y rosetones. La torre, a los pies, presenta cuatro cuerpos de piedra. Los retablos son todos de los siglos XVII y XVIII.
Junto a este convento, adosada al antiguo cementerio, se sitúa la ermita de San Roque. Su única nave de dos tramos se cubre con bóveda de arista y de medio cañón con lunetos. Se precede de un pórtico sustentado por cuatro robustas columnas, parte del cual ha sido tapiado. En la entrada existe una inscripción que consigna que fue restaurada en 1865 a expensas de D. Bernardo Layerza.

Un poco retirado del pueblo, ya en la huerta, se levantó el convento de Capuchinos, cuya licencia de fundación se concedió en 1752. La iglesia, un excelente ejemplar rococó, pudo ser empezada unos años antes, en 1735. Su planta, de cruz latina, consta de una nave cubierta con bóveda de medio cañón con lunetos y cúpula sobre pechinas en el crucero. La fachada, de acusado influjo neoclásico, presenta pilastras decoradas sobre el entablamento y una imagen de la Inmaculda alojada en una hornacina avenerada. Sus retablos pertenecen a los siglos XVII y XVIII.

Tras el camino del calvario se halla la ermita de San Antonio Abad, obra quizás del siglo XVII. Posee una sola nave cubierta con bóveda de medio cañón con lunetos y un atrio.

San Bernardo Abad es el patrón de la localidad desde hace varias centurias, como agradecimiento a que fue el día de su fiesta, 20 de agosto, del año 1610 cuando salieron de la villa 2.220 moriscos, hecho que se recuerda con un pilón dedicado al santo a las afueras del pueblo, justo en el lugar donde se les expulsó.

Los encierros se viven intensamente: los novillos corren por las calles principales hasta llegar a la plaza, montada con talanqueras en pleno casco urbano. El ruedo es cuadrado y los hijos del pueblo, y sólo ellos, saltan al albero para jugar con los toros y así retrasar su entrada en los toriles. En la novillada, uno de los animales es toreado por alguien de la población. Aunque en la Sierra de Albarracín no existe tradición de embolar toros, en Gea sí se corre en las fiestas, iluminando la noche con las dos bolas de fuego sujetas sobre su testuz.

El acto religioso más peculiar es la procesión con el santo y los estandartes que tiene lugar a las nueve de la noche del día 20 de agosto por las calles del pueblo. Se hace una parada para proceder a la ofrenda de flores a cargo de la gente que va vestida de baturro, y todavía pueden verse penitentes que la acompañan, llevando velas encendidas, en general como promesa hecha por la gracia obtenida o para solicitarla.

El 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, la misa se celebra en la iglesia del convento. Cuatro matrimonios de la cofradía organizan los actos, bandean las campanas y compran las lengüetas de bizcocho que una vez bendecidas harán llegar la bendición de la Virgen a todas las casas. Estas típicas lengüetas son el pan bendito de todas las fiestas principales del calendario geano. Lo mismo ocurre el primer domingo de octubre, Nuestra Señora del Rosario, pero no son cuatro los matrimonios responsables sino ocho, cuatro entrantes y cuatro salientes.

Durante la Semana Santa, en la misa de Gloria del Sábado Santo, a las doce de la noche, los feligreses hacían sonar con fuerza carracas y cencerros además de golpear los bancos de la iglesia. Ahora, no en la parroquial, pero sí en la iglesia del convento, niños y mujeres tocan unas campanillas en el momento de gloria.

Otros santos festejados son San Antón en enero, San Blas en febrero, San Isidro en mayo, repartiéndose sardinas, y Santa Clara en agosto. Además, el barrio de San Roque celebra fiesta en la ermita.